IV Concurso de Micorrelato

candado

Os invitamos a leer los microrrelatos ganadores del concurso que se realizó el pasado día 8 de abril. Adriana, Martina, Álvaro, Tico y Carlos nos han cautivado con su imaginación y su forma de hilar las palabras.

A partir de esta imagen, cada uno de ellos ha desarrollado una historia… de misterio, amor, fantasía… ¿Queréis conocerlas? 

El descubrimiento de Luella. Adriana Ballester Bonet

Érase una vez, en un pequeño pueblo en el país de Etipsia, había una niña a la que todo el mundo llamaba Luella. La niña era inteligente, valiente y un tanto curiosa. Le encantaba resolver misterios que nadie podía resolver. Pero lo que más le gustaba en el mundo era subir al monte Crisantemo al amanecer, tumbarse en la hierba fresca y mirar al cielo e imaginarse que podía alcanzar las nubes y volar hacia el sol. Lo deseaba tanto que un día, al estirarse para colgar una manzana, voló. 

Hacía piruetas en el aire y volaba junto a las aves que se encontraban en el cielo. Llegó a un sitio donde había muchas nubes. Pero lo que le llamó la atención fue un resplandor dorado potentísimo. Se acercó y vio una gran puerta dorada, estaba un poco vieja y tenía un candado. Abrió la puerta con una horquilla del pelo y vio un mundo por explorar.

La puerta. Martina Llorens Ortells

Estoy tumbada en mi tabla de surf mientras el mar se mece con suavidad a mi alrededor. Hoy hace un día bastante más soleado y tranquilo que de costumbre. En realidad ya sabía que se me haría imposible surfear por la falta de oleaje, pero venir aquí cada mañana ya se había convertido en una costumbre que repetía cada día. Los rayos de sol se proyectan en mi piel y mi mano está completamente sumergida en el agua cristalina. No podría pedir nada mejor, por momentos como este puedo decir que soy feliz. Frunzo el ceño, no me gusta el tono de pregunta que aparece repentinamente en la cabeza…¿Soy feliz? 

Probablemente hace apenas unos días te habría contestado que sí, pero desde que lo vi por primera vez… En verdad, apenas sé nada de él. Sé que toca la batería, que forma parte de la banda más famosa de todo Sidney, que no sonríe mucho, que le llaman Ty y que nunca me he sentido como me siento cuando clava su mirada azul en mí…

Así que tengo claro que no le conozco. Pero la verdad es que yo a mí tampoco. Sé que hasta hace poco la música tan ruidosa no me entusiasmaba, también sé que los tatuajes me han parecido ridículos desde muy pequeña, sé que tengo que intentar evitarlo, sé que no tengo que caer. Y también sé que lo haré. Pero definitivamente estoy más que perdida desde el momento en el que me preguntó cómo me llamaba. 

Así que ahora me limito a guardar mis sentimientos por él tras una puerta de madera que cierro con candado cada vez que sueño despierta, aunque no puedo entender muy bien el porqué de que cada vez que Ty se acerca a mí esta se abre y le deja ver todo lo que pienso en mi interior.

La muralla acorazada. Álvaro Carrasco Nebot

Fran era un niño alto y moreno, mientras que Sofía era todo lo contrario, una niña bajita y pelirroja. Fran y Sofía iban al mismo instituto pero no a la misma clase. Se conocían desde que tenían tres años pero prácticamente nunca habían intercambiado una palabra. A Fran siempre le había atraído Sofía, pero era un chico tímido para hablar con las chicas. 

Entonces se propuso un objetivo: adentrarse en el corazón de Sofía, que estaba cerrado por un candado del cual no tenía la llave. Por lo tanto, el chico debía ingeniar un plan mediante el cual abriera el candado de las puertas de su corazón pero sin llave. Por suerte, unas de las virtudes de él eran su inteligencia y su ingenio. 

Cada año, el instituto realizaba un festival de baile en el que se mezclaban las clases para hacer la coreografía. El día en el que se decidía qué cursos bailaban juntos, Fran solo deseaba que le tocara con Sofía pero, para su desgracia, esto no fue así. Durante dos semanas, los grupos elaboraron y ensayaron sus coreografías hasta que, finalmente, llegó el día de ejecutarlas frente a todo el instituto. El primer grupo en realizarlas fue el de Fran, el chico estaba muy nervioso. Nada más salir al escenario, buscó entre todo el público a Sofía, hasta que la encontró. Durante todo el baile, Fran estuvo observando a Sofía para ver si le dirigía la mirada y, para su sorpresa, así fue. Sofía no dejó de mirarle ni un solo instante. 

Fran se dio cuenta de que ese día podía ser su mejor oportunidad, por tanto, al finalizar el festival fue directamente a hablar con ella. Tras estar un cuarto de hora hablando a gusto, Fran expulsó toda su timidez y le pidió si esa misma tarde podía quedar. Ella se sonrojó y le contestó… 

La ausencia. Tico Segarra Mesado

La puerta estaba cerrada. Todo el mundo observaba aquel trozo de madera. Lo que para unos era una simple casa se había convertido en algo extraordinario. Aquella tarde de 1932, había supuesto un hecho histórico para la ciudad. Todo empezó una mañana de enero, cuando Jason decidió adentrarse en el bosque. Estaba solo, lleno de miedo y sin saber adónde ir. Caminando entre las ramas encontró una casa abandonada. De repente, vio una extraña sombra dentro, se asustó y se fue corriendo a su casa. Al llegar, le contó todo lo que había ocurrido a su madre pero, ella, atareada como siempre, no le creyó, o quizás es que no tenía tiempo para escuchar. Él, todo disgustado, se marchó a su habitación. Allí, se puso a pensar en todo lo sucedido. Finalmente, decidió llamar a su amigo de la infancia para ir a explorarla. Esa misma noche, cogieron todo el equipaje y, juntos, se fueron. Miedosos, llegaron al lugar esperado. Una vez allí, sacaron una herramienta y reventaron el candado de la puerta. La puerta se abrió muy lentamente y haciendo un ruido estruendoso. Cuando entraron, encontraron a un vagabundo durmiendo. La casa no estaba encantada, era un simple ser humano viviendo tranquilamente.

Carlos Vidal Meseguer, 1.º Bachillerato

En aquel momento supe que siempre iba a ser así, que nunca iba a cambiar la situación. Era frustrante a la par que angustioso observar con mis propios ojos y palpar con mi propia mano, llena de moratones en los nudillos, aquel rechazo. Una vez tras otra, sin justificación racional.

Desde que era bien pequeño que en muy pocas ocasiones me he sentido aceptado por mis compañeros, aquello no cabía en mi cabeza; yo creía que era alguien amable, una persona digna de aprecio y, al parecer, no es así. Además, académicamente no era el que más resaltaba pero sí tenía grandes resultados en mi expediente.

A la hora de decidir mi futuro y por fin dar comienzo a mi carrera laboral, lo mismo. Para dar a entender mejor mi situación, estoy en el paro, sólo he conseguido un trabajo temporal en cuatro años y fue de un solo mes porque “no era del agrado de la empresa” ni “el perfil que buscaban”.

En innumerables ocasiones he tratado de entender el porqué siempre se me ha tratado con desprecio y he concluido que debe ser por mi personalidad ligeramente egocéntrica, pero sigue sin encajarme, ya que siempre trato de empatizar con la gente y ayudar siempre que puedo. Solo espero que no se me esté juzgando por mi apariencia, por tener un color de piel de tono oscuro, por tener un cuerpo poco llamativo o una expresión facial como me han dicho “para ir a operársela”.

Mis padres me dieron todo para nada: su tiempo, su dinero, su cariño, su sabiduría, su esperanza y su salud. Ellos mismos me abrieron las puertas para tener un futuro prometedor y con opciones diversas, pero nadie dijo que todas esas puertas dan paso a un corredor, corredor que da paso a otros, cerrados con candado y cuya llave pertenecerá a los escogidos a ojo, con prejuicios y mentiras que ocultan una verdad que nadie quiere ver.